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En 1931, el sistema público escolar español, a pesar de los avances de la década de los veinte, presentaba innumerables déficits. La insuficiente dotación presupuestaria conducía a que buena parte de los edificios escolares se encontrasen en unas condiciones penosas, además de las carencias de todo tipo en material escolar. Allí se amontonaban, como nos recuerda la memoria gráfica, niños y niñas, muchas veces de todas las edades, ya que tampoco había suficientes docentes. Es más, sus sueldos era escasos (“pasar más hambre que un maestro de escuela”) y debían afanarse en buscar otras ocupaciones para vivir. Primaba una metodología muy tradicional, memorística y con frecuentes castigos corporales: “Ens castigaven amb els braços en creu, amb una pedra en cada mà”. Además, los temarios estaban destinados a reforzar una identidad española alrededor del castellano, las jerarquías sociales, el orden tradicional y la religión católica. Era una escuela profundamente sexista: “Amb un drap feien talls, traus, marcàvem i brodàvem”. En Montserrat, incluso se llegaba a formar como en el Ejército y se adjudicaban rangos de oficial al alumnado.
En Montserrat, las escuelas inauguradas a finales del siglo XIX, no habían conseguido solucionar el problema educativo, en una sociedad con una natalidad elevada. En su recinto, según datos municipales, estaban matriculados 255 niños y niñas, hasta los 12 años, aunque a partir de los 10, seguro que la asistencia sería, como mínimo, irregular. El absentismo, debido a la necesidad de ayudar en la economía familiar, comportaba unas elevadas tasas de analfabetismo, siempre superiores para las mujeres. Muchos niños antes de ir a la escuela debían recoger los excrementos de las bestias. En 1930, el 41% de la población mayor de 25 años era analfabeta, por lo que, además de no poder acceder a la cultura y a la información, ni siquiera se podía seguir los carteles de las películas de cine mudo. La educación secundaria y universitaria estaba reservadas para los hijos de la burguesía.
Entre las líneas maestras del primer gobierno republicano-socialista estuvo la educación y la cultura. Se abrieron unos 7.000 centros escolares, se realizó un gran esfuerzo para crear miles de nuevos maestros y maestras con principios metodológicos innovadores, se estableció la coeducación y el laicismo, en València se introdujo en algunos centros la enseñanza en valenciano. El ayuntamiento republicano, fiel a su ideario, aspiraba a crear una nueva escuela y “Establecimientos de bibliotecas y centros culturales para inculcar a los vecinos la afición a la lectura y dar instrucción que posibilite elevar su grado cultural en todos los órdenes”. En 1931 abrió un nuevo local en un edificio municipal en la calle del Progreso preparado para 55 alumnos, aunque llegó a albergar a 98, así como una escuela nocturna para 120 alumnos. El ocho de mayo de 1936, el arquitecto José Corts presentaba el plano de las nuevas escuelas debieron esperar hasta… 1974.