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Hasta avanzada la década de los cincuenta, la vida de los hombres y mujeres de Montserrat, como en el resto de España, estuvo centrada en la mera supervivencia física y en el silencio obligado por el marco represivo franquista, aunque siempre se dieron pequeñas disidencias, como en una boda en 1940 en la que aparecieron en los bancos de la iglesia pintadas con el mensaje “Vivan los novios. CNT-FAY” o la “guerra de los médicos” que siempre esconden fórmulas de participación popular en unos momentos en la que estaba prohibida. Esta disputa entre el vecindario terminaría con la intervención de la Guardia Civil para atajar un movimiento público parecido a un motín, que llegaría a clausurar los casinos y a proceder a detenciones.
La sociedad vivió, o padeció, hasta los sesenta, una presencia constante de la Iglesia Católica, con la reposición de las imágenes destruidas durante la Guerra o la entrega de nuevas, en la que es palpable la impronta el papel restaurador de la burguesía, sufragando y donando. Los duros trabajos y condiciones de vida se rompían según el ritmo de la tradición para ofrecer un tiempo de evasión, eso sí, siempre vigilante como el ciclo festivo (las meriendas de amigos en Pascua, fiestas de Agosto) que era esperado durante todo el año, sobre todo los días de toros. También el baile en el Salón Imperial (antes Casino Republicano) o en el casino del Mig, el cine, los conciertos de la Unión Musical o la sociabilidad masculina en los casinos. La emergente afición al fútbol, convivía con el ciclismo, un medio de transporte cotidiano (327 bicicletas en 1950) y la pelota valenciana en la calle Mayor o San Roque. En los cincuenta, la evasión se amplió con la radio (de los 33 aparatos en 1940 a los 276 en 1960).
Cualquier pequeño acontecimiento alteraba la vida grisácea de un pueblo agrícola durante los años más duros del franquismo: el homenaje a Evaristo Calatayud (1950); la reforma de la fachada de la iglesia parroquial (1956), la caída del Junker 52 (1955), la presencia del gran actor Jorge Mistral como padrino de una boda o la llegada de la imagen de la Virgen de Montserrat en 1962. Se consolidaba el papel de la Colonia de Montserrat y, posteriormente de los “chaleteros”, en la vida social. La llegada del agua potable a domicilio en 1957 terminó con la sociabilidad en las fuentes públicas pero también consiguió mayores comodidades y menor carga de trabajo femenino. Más tarde, el incremento de las lavadoras también terminó con los lavaderos.
En 1975 todavía era un pueblo agrícola (75% de los trabajadores) marcado por la emigración: de los 2.057 habitantes en 1950 a los 2.282 de 1970. En los sesenta, la sociedad de consumo incidió sobre todo en su población más joven y en una liberalización progresiva de las encorsetadas costumbres a través de la televisión (37 en 1965, más de 600 en 1974), la música ye-yé y su moda, la actividad socio-cultural del sacerdote Paco Muñoz o la libertad de movimientos de los coches (diez en 1965, 225 en 1974). Las necesidades de un mundo cada vez más global, incidían en el asociacionismo agrícola con la creación de la Cooperativa Agrícola en 1972. Una parte de la sociedad, estaba preparada para empujar al franquismo sin Franco hacia la democracia social.
Con todo, el microcosmos de un pueblo agrícola del interior valenciano estaba a punto de iniciar un cambio de gran magnitud desde 1975 con la manifestación de la cultura urbana de la segunda residencia en las zonas rurales. Así, entre 1976 y 1980 se construían 91 casas y 378 chalets.