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El franquismo supuso una regresión sin paliativos para las mujeres, después de los avances de los años republicanos. Las mujeres dejaron de ser ciudadanas de plenos derechos, incluso en aspectos diarios, hasta principios de los años setenta, como la apertura de una cuenta corriente o la firma de un contrato. La legislación franquista incluso permitió el uxoricidio. Relegó a las mujeres al espacio doméstico, aunque la realidad imponía que las mujeres de las familias obreras trabajaban fuera de sus casas. Incluso la única organización femenina, como la Sección Femenina de Falange, propugnó un discurso antifeminista, en la línea de la Iglesia Católica. Una maestra depurada, para congraciarse con la inquina de los vencedores hacia las mujeres que habían sido activas políticamente, llegó a exponer que nunca había participado en política, ya que esta “son más propias de los hombres” y las mujeres deben contar como virtudes el “espíritu de obediencia, servicios y sacrificio que tanto destaca, con razón, el Nuevo Estado”. Para las mujeres de las familias represaliadas, la carga era mucho mayor, puesto que debieron ocuparse también de la supervivencia de sus hijos.
Las mujeres fueron básicas en los años del estraperlo, cuando fueron, principalmente, las encargadas de transportar los bultos con alimentos básicos por los caminos o remendando la ropa de la familia. Trabajaban en las propiedades agrícolas de la familia, en la panera de la uva de mesa, como costureras, cuidando niños pequeños (“passejadores”), jornaleras, en el servicio doméstico, como camareras, en el mimbre para una empresa de Benifaió (en el que trabajaron unas 70 mujeres), o, ya de manera más autónoma en los pequeños comercios o peluquerías. Es por ello que, privadas de la intervención activa en la política, y con las autoridades franquistas y eclesiásticas constantemente vigilantes sobre su “moralidad”, el refugio sería exclusivamente religioso (cofradías), los paseos con otras amigas o las fuentes públicas hasta que estas desaparecieron. Tiempos de control patriarcal, en los que los bailes se desarrollaban en un espacio delimitado por las mesas colocadas sobre las paredes para poder vigilar a las parejas de novios.
Más tarde vendrían los almacenes de naranja, un nuevo espacio laboral feminizado. Primero en 1944 y después ya en 1970, la instauración de nuevos actos festivos centrados en la Reina de Fiestas continuaban ofreciendo una imagen discriminatoria y codificada de las mujeres. Las formas de resistencia al discurso oficial fueron, como en tantos otros aspectos, cotidianos como una minifalda, unos pantalones, los primeros bikinis…