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Las mujeres estuvieron excluidas de la ciudadanía hasta la Segunda República. Ni siquiera podían votar. La burguesía del siglo XIX había creado un modelo de feminidad en la que las mujeres ocupaban un espacio muy concreto: eran el “ángel del hogar”. Así, debían ser madres, amas de casa y esposas de manera ejemplar. En el discurso católico, además, las encargadas de transmitir a sus hijos la doctrina católica. La trayectoria vital de gran parte de las mujeres consistía en abandonar pronto la escuela para encargarse de los hermanos menores, aprender algo de costura o bordado, en un temprano matrimonio, una prole numerosa y una viudedad también temprana. Los únicos espacios autónomos del patriarcado eran el lavadero y las escasas asociaciones femeninas, casi siempre religiosas. Sin embargo, en las familias obreras o campesinas, las mujeres trabajaban en las fábricas, en el campo, en la confección de las frutas, en el servicio doméstico o en los primeros trabajos del terciario (telefonista) que estaban abriendo caminos nuevos.
En el medio urbano, más diversificado socialmente, y en los discursos republicanos, socialistas y anarquistas, emergía un nuevo modelo de mujer. Con la expansión del cine, sobre todo norteamericano, se conoció, una realidad muy distinta a la que padecían las mujeres españolas, especialmente las rurales.
La Constitución republicana abrió caminos desconocidos. El sufragio femenino obligó a los partidos políticos a buscar su voto, potenciando las organizaciones femeninas. Una emergencia pública que dio pie a publicaciones periódicas dedicadas específicamente a las mujeres y una potenciación de su introducción en la enseñanza secundaria (del 14% al 31%) o universitaria. Si bien la sociedad persistía en las diferencias de género discriminatorias y en los modelos patriarcales, cierto es que habían empezado a erosionarse, aunque minoritariamente.
No se han conservado testimonios femeninos propios en Montserrat. Era un mundo de mujeres, con 87 viudas respecto a 50 viudos, para las que también se cebaba el analfabetismo, casi un 59%. Conocemos un activismo femenino en el campo libertario y su participación en los mítines políticos. También que ya en las elecciones legislativas de noviembre de 1933 acudieron a las urnas de manera destacada. Por lo demás, su vida era la propia de otras comunidades campesinas: el trabajo en el campo, en la panera, en el servicio doméstico, la sociabilidad en las fuentes cuando se recogía el agua para las casas o en el lavadero (la “Gaceta”).