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Las derrotas republicanas desde los primeros días de la guerra y la ayuda soviética resituaron las fuerzas político-sindicales. El minoritario comunismo fue creciendo gracias a su aparato propagandístico y a su política de una retaguardia sólida al servicio de ganar la guerra, apoyada por republicanos y un sector socialista. Para ello propugnaba la finalización de las colectividades, el desarrollo de cooperativas de pequeños propietarios y la gestión estatal de la economía en lugar de la sindical. Se trataba de detener pero también conjugar los avances revolucionarios con un marco democrático-burgués. Para el anarquismo y una parte de la UGT, la revolución debía caminar unida al objetivo de ganar la guerra puesto que lo contrario suponía volver al modelo socio-económico anterior.
El Partido Comunista creó la Federación Obrera Campesina en octubre de 1936, con la afiliación de pequeños propietarios (muchos de ellos católicos), republicanos y ugetistas. La UGT de Montserrat fue una de los primeros que se sumaron, mostrando siempre una cercanía a las propuestas comunistas. Su implantación no estuvo exenta de adscripciones interesadas, con la afiliación de burgueses como Ramón Vilar.
En este entorno de retorno del poder estatal, se suprimieron los Comités y se crearon los Consejos Municipales a principios de 1937. En Montserrat, en febrero con un alcalde socialista. El único conflicto fue la defensa revolucionaria de UGT y CNT para conseguir la Comisión de Economía. Ningún alcalde de los tres Consejos Municipales fue elegido por unanimidad, reflejando las divisiones internas. No en vano, el anarquismo, partidario de la autonomía municipal, nunca acogió bien esta nueva institución. Siempre saludaba al alcalde con un “ciudadano alcalde presidente”. La principal movilización femenina conocida fue en el Radio Comunista y en la UGT con el taller textil “La Pasionaria”.
Desde la primavera de 1937, se impuso la vía antirrevolucionaria. De hecho, la cooperativa ugetista fue objeto de una dura sanción. A partir de ese momento, el pueblo sufrió la guerra moderna con la incorporación masiva de hombres al frente, uno de los principales temas de conversación y sufrimiento, con sus muertes y heridos y el trabajo infantil para sustituir al padre. La construcción del aeródromo de Montroi atrajo el miedo hacia los bombardeos, que obligó a la utilización de las cuevas de los domicilios como refugios, a buscar refugio en los árboles más cercanos cuando se oían las “pavas” fascistas
o la fascinación por los reflectores que iluminaban las noches. A pesar de todo, se mantuvieron los proyectos culturales (biblioteca, escuela), algunos jóvenes se pudieron beneficiar de la enseñanza moderna del Instituto Obrero de Valencia y se inició, gracias a una iniciativa de José Chasán, las obras para la acometida del agua a la población.